Dejaré que mis pies me salven de mi cabeza; voy al fin de nuevo en el regazo de un viaje. Mi equipaje aunque breve, siempre pesa demasiado y aun así, me siento tremendamente ligero. El rictus mortecino que andaba cuajándose en mi cara, comienza a relajarse, tanto que una sonrisilla se insinúa prólogo de una inminente carcajada.
Cuando inicio un camino, aunque sea un viejo trecho conocido, todo a mi paso se transforma en instantes a estrenar; nuevos, recién salidos de la fabrica de los sueños. Ahora por fin, miro a los ojos de la gente y veo sus almas, no solamente sus cuerpos disfrazados. No hay miedo, no hay desconfianza, suspicacias, recelos; la vida urbanicola saca el Perro de Paulov que todos llevamos dentro, ahora yo, solo quiero ser un chucho callejero.
En este limbo, entre origen y destino, soy una zancada certera, un paso de gigante, una luna llena en Aleinad, un corazón agradecido, un alma abierta de par en par, un hijo del Sendero que renace en constante movimiento.
N.S.
03.10.15
Abvismos. 